Pollitos de Oro
Homenaje a nuestros Pollitos de Oro
En esta sección rendimos un sentido homenaje a los valientes Pollitos de Hierro que, con su sonrisa, fortaleza y amor incondicional, iluminaron nuestras vidas y dejaron una huella eterna en nuestros corazones. Ellos son el origen y el alma de la Fundación Pollitos de Hierro; cada paso que damos está guiado por su luz y su legado.
Aquí compartimos las historias de niños y niñas que enfrentaron el cáncer con una valentía que nos inspira a diario. Contar sus vidas es más que recordar: es honrar su memoria, celebrar su esencia y mantener viva la llama de su amor.
Su legado vive en cada acción que emprendemos, en cada esperanza que sembramos y en cada familia que acompañamos. Porque solo muere quien es olvidado, y nosotros los recordamos con cada latido. El amor de nuestros Pollitos de Oro seguirá intacto… hasta que nos volvamos a encontrar.
“Guardo tu sonrisa en mis ojos,
tu valentía en mi ser,
tu alegría en mi alma
y tu amor en mi corazón;
así siempre estarás conmigo.”

Andy, el Primer Pollito de Hierro que Sembró Amor Infinito
¿Cómo describir a Andy sin que nuestras lágrimas se mezclen con una sonrisa? Andy era simplemente sensacional. Su sonrisa pícara y luminosa tenía el poder de transformar cualquier día oscuro en una celebración de vida. Desde que lo conocimos, montando su pequeña bicicleta a toda velocidad —a pesar de que sus piernas apenas tenían movilidad—, sabíamos que estábamos ante un alma extraordinaria.
Su risa, contagiosa y fuerte, llenaba de alegría a todos los que lo rodeaban. Siempre estaba buscando cómo hacer reír a su hermanita: le hacía bromas, le quitaba los juguetes con ternura, solo para devolvérselos con una gran sonrisa y decir: “Toma, hermanita, solo te estaba molestando.”
Durante su tiempo con nosotros, Andy enfrentó su enfermedad con una valentía inmensa, y nosotros tuvimos el honor de acompañarlo en cada paso. Compartimos momentos que se volvieron eternos: partidos de fútbol improvisados, empanadas llenas de salsa de tomate, tacos sin repollo, y risas que aún resuenan. Rápidamente, se convirtió en el centro del corazón de su tía Mely y su hermanito Allan.
Cuando recibimos la dolorosa noticia de que no habría más tratamientos posibles, nuestros corazones se encogieron. Pero Andy, con una sabiduría que no correspondía a sus años, nos enseñó a celebrar. “¡Tía, hagamos fiesta!” dijo con una sonrisa brillante, como si supiera que cada instante merecía vivirse con alegría. Cada día, su amor crecía y se manifestaba en abrazos, bromas, gestos dulces y, por supuesto, en su inseparable bicicleta. Su mayor sueño era tan sencillo como profundo: una bolsa gigante de malvaviscos y una lata de leche condensada. Después, pidió disfrutar de un baño en una piscina de agua caliente... y así lo hicimos: lo llevamos, junto a su familia, a unas hermosas aguas termales donde su risa volvió a ser protagonista.
Andy ya no está con nosotros, pero antes de partir nos dejó un legado invaluable: el amor puede más que cualquier enfermedad. Su sonrisa fue la prueba más pura de que el amor sincero alivia, sana y transforma.
Gracias a él, nació la Fundación Pollitos de Hierro. Su historia inspiró a cientos, su luz encendió la primera chispa de lo que hoy es una red de apoyo incondicional para otros niños como él. Andy no solo fue nuestro primer Pollito, fue y será por siempre nuestra inspiración.
Como dice su tía Mely:
“Por siempre agradeceré que Andy me salvó, y que su amor trascenderá la promesa que le hice a mi mamá de cuidar a todos los niños con cáncer que lo necesiten” Cada vez que ayudamos a un nuevo Pollito, lo hacemos con Andy en el corazón. Porque él sembró una semilla de amor que nunca dejará de florecer.

Joseph, el Segundo Pollito de Hierro
Escribir su historia ha sido difícil; describirlo, casi imposible. Andy, el primer Pollito, dejó un enorme legado. En aquel entonces, al solicitar ayuda para él, la respuesta fue tan generosa que se hizo evidente la posibilidad de acompañar también a otro niño. Así fue como apareció Joseph, el segundo Pollito de Hierro. Después de un largo viaje, los Tíos Protectores de la Fundación llegaron a La Fortuna de San Carlos, cargando todos los regalos que Andy había enviado para su nuevo amigo. Nadie estaba preparado para conocer a un niño con una mirada tan profunda, unos gritos tan contagiosos y una alegría tan desbordante. Sus risas y gritos se escuchaban en toda la casa, resonando junto a los de su Tía Mely. La madre de Joseph, con un sentido del humor encantador, ofrecía frescos de limón para calmar tanta emoción.
Desde aquel día, las visitas se volvieron más frecuentes. Cada encuentro era una fiesta. Su familia siempre recibía a los visitantes con deliciosa comida, helados, queques y una preparación especial para el alegre escándalo que inevitablemente acompañaba las visitas. Joseph demostraba tanto cariño que incluso organizó una rifa para regalar unos muñequitos de madera que tocaban marimba y guitarra. Explicó que sonarían cuando la casa estuviera en silencio, y con el tiempo, aquellos muñequitos se convirtieron en un tesoro invaluable. Amaba bailar las canciones de Michael Jackson con una energía única y tocaba la guitarra con tanto entusiasmo que contagiaba a todos a moverse. Su sentido del humor era irresistible. Incluso llamó "Melissa" a su conejito macho, y el apodo pronto fue adaptado a "Melisso", para que no se sintiera fuera de lugar.
A pesar del tumor en su garganta, Joseph vivió intensamente. Disfrutó de comidas en el parque, papas fritas, helados de chocolate y todos esos pequeños momentos que celebraba con emoción. Cumplió el sueño de conocer el mar, y lo vivió al máximo, siempre acompañado de su adorada familia. También quiso visitar el Parque de Diversiones, y entre los recuerdos más conmovedores se encuentra aquel en que pidió no quedarse dormido en el carro por miedo a no despertar, porque quería asegurarse de llegar. Esa determinación marcó profundamente a quienes lo acompañaban.
Joseph enseñó que los Pollitos, aunque parezcan frágiles, tienen un alma de Hierro y él, da el nombre a nuestra Fundación. Gracias a él, la Fundación se convirtió en lo que hoy es: una gran familia que acompaña y ama sin límites. Su partida llenó de tristeza a todos quienes lo conocieron, pero también dejó un mensaje claro: el amor auténtico deja huellas imborrables. Nadie gritó con su intensidad, nadie tuvo un conejito llamado Melisso, nadie regaló un detalle tan especial como sus muñequitos musicales. Su recuerdo sigue vivo, como una llama que nunca se apaga. Así lo recordó su Tía Mely:
"Mi vida nunca volverá a ser la misma. Nadie llenará el vacío que dejó en mi alma. Lo amaré con locura por siempre."

Camila, la Voz que Nombró una Familia
Camila fue una de las Pollitas que dio vida a la Fundación. Su historia dejó una huella profunda, imposible de borrar. Han pasado los años desde que su voz dejó de escucharse, desde que su sonrisa iluminaba los espacios que tocaba, pero su presencia sigue viva en cada rincón del corazón de quienes la conocieron.
Su espíritu de amor y protección se convirtió en la base de lo que hoy permite cuidar a más Pollitos de Hierro. Camila adoraba los huevitos de chocolate y, con la ternura que la caracterizaba, fue ella quien le dio nombre a esta gran familia: "Pollitos de Hierro".
Su paso por este mundo fue tan significativo que, gracias a una petición suya, se creó un cuarto de aislamiento y recuperación para los Pollitos que viven lejos o cuyas condiciones en casa no son las adecuadas. Ese espacio, ubicado en “La Casa de los Pollitos”, lleva su nombre como un homenaje eterno.
Su madre, Karol, recuerda con nostalgia y amor cada detalle de su hija. Las palabras que alguna vez compartió siguen resonando en quienes acompañan esta causa: “Un día se fue de mis brazos, y mi vida cambió para siempre. Extraño su voz, su risa y esos ojitos negros. Pero su partida me enseñó a no perder la fe, a creer en los milagros y a confiar en que un día volveremos a encontrarnos. Gracias, mi estrellita, por inspirar a tantas personas y por permitir que muchos otros Pollitos vivan una mejor vida.”
Camila es recordada con inmenso cariño, no solo por su dulzura, sino por la fuerza con la que transformó realidades. Su legado continúa, intacto, guiando los pasos de la Fundación y llenando de esperanza a cada nuevo Pollito que se une a esta gran familia.

Emérita, Amor que Camina Largas Distancias
Emérita vivía en la comunidad indígena Ngäbe, y, a pesar de su corta edad, enfrentó una enfermedad difícil de comprender para sus padres: un diagnóstico de leucemia. Desde el primer día, la Fundación Pollitos de Hierro estuvo presente para acompañarla. Los padres de Emérita no comprendían del todo la enfermedad, por lo que, con amor y en las pocas palabras en común, la Fundación se encargó de explicárselo.
Emérita nunca perdió la esperanza ni la sonrisa, pues tenía algo muy especial que la hacía fuerte: el amor de su familia. Junto a su papá, recorría largas distancias para llegar a San José a recibir tratamiento. Aunque extrañaba a sus hermanos y su hogar, sabía que su familia siempre estaría a su lado, lo que le llenaba el corazón. Un día, la Fundación le preguntó cuál era su mayor sueño. Con mucha ternura, respondió que quería regalarle a su papá unos zapatos y tener un vestido lleno de estrellas doradas. Tras buscar por toda Costa Rica sin éxito, la Fundación encontró el vestido perfecto en México: rojo intenso, largo, con estrellas doradas que brillaban como el sol. Cuando Emérita recibió el vestido, sus ojos se llenaron de lágrimas, y dijo que era el vestido más hermoso que había visto.
Además, le preguntaron si conocía el cine. Emérita, con su dulce inocencia, respondió que no, así que la Fundación decidió llevarla de paseo con su papá. Disfrutó de palomitas, probó pizza por primera vez y saboreó su bebida con una enorme sonrisa.
Desafortunadamente, con el paso del tiempo, el cáncer se volvió más agresivo, y ya no había opciones de tratamiento. Emérita partió al cielo, dejando a todos con el corazón roto. Sin embargo, se fue feliz, rodeada del amor de su familia y luciendo su hermoso vestido de estrellas doradas.
En honor a su memoria, la Fundación Pollitos de Hierro decidió dar su nombre al albergue temporal para padres, como símbolo de todas las familias que, como Emérita y su papá, dejan su hogar en busca de tratamiento. La historia de Emérita es una historia de amor, esperanza y valentía. Nos enseñó que, incluso en los momentos más difíciles, el amor de nuestra familia es la luz que guía el camino. Cada vez que miramos al cielo, sabremos que Emérita está allí, rodeada de estrellas doradas, y que su vestido rojo sigue brillando como una llama de amor y esperanza. Ahora, en su honor, la Brigada Nacional para la Detección Temprana del Cáncer Infantil, permite que muchos niños de zonas indígenas puedan acceder a una detección temprana de la enfermedad.

Essaú, el Niño que Soñó para Todos
En este mundo, lo más importante no es cuánto tiempo vivimos, sino cuánto amor dejamos en quienes tocamos con nuestra presencia. Y Essaú supo hacerlo a la perfección. Sus ojos brillantes hablaban sin necesidad de palabras. Con solo una mirada, calmaba corazones inquietos y nos recordaba que lo único que perdura es lo más sublime: el amor que damos.
Essaú fue un verdadero Pollito de Hierro, de esos que desafían cualquier límite. La vida le arrebató una pierna, pero jamás sus ganas de vivir, de soñar y de inspirar. Su mayor deseo era meter un gol en una cancha profesional y entrenar con un equipo real. Y lo logró.
Ese día, el estadio estaba lleno de corazones que latían al ritmo de su sueño. Sus Tíos Protectores, Chris y Diego, lo acompañaron mientras caminaba con sus muletas, decidido y lleno de emoción, hacia el marco. El público gritaba su nombre con fuerza y admiración. Y entonces, Essaú anotó el gol de su vida. Un gol que no solo tocó redes, sino también almas.
Pero Essaú no soñaba solo para sí. Cuando le preguntamos cuál era su mayor deseo, pensó primero en los demás:
"Quiero que mis amigos de mi comunidad no pasen hambre durante un día, una fiesta de Paw Patrol y un peluche de jirafa."
Y así fue. Gracias a su generosidad, su comunidad vivió un día inolvidable. Hubo comida abundante, música, juegos, dinosaurios bailando, y una fiesta que dejó huellas imborrables en cada niño y niña que asistió. Porque el corazón de Essaú siempre latía por otros.
Con el tiempo, su enfermedad avanzó, y aunque ya no había opciones de tratamiento, nunca perdió la alegría. Se despidió en paz, rodeado del amor de su familia, con su promesa cumplida y su legado asegurado.
Su expresión de alegría, “¡Ajá, ajá!”, quedó grabada para siempre en nuestra memoria. Es el eco que nos acompaña en los días difíciles, el grito que nos levanta cuando sentimos que no podemos más. Y es también un recordatorio de que los sueños, cuando se comparten, se multiplican.
Antes de partir, le hicimos una promesa:
Cuidar a sus amigos. Asegurarnos de que nunca más pasen hambre. Y cada Navidad, celebrar con ellos una fiesta llena de sorpresas, regalos y comida, como a él le hubiera gustado.

Alondra, la Niña que Pintó la Navidad con Amor
Con apenas cuatro años, Alondra nos enseñó el verdadero significado de celebrar la Navidad. Nos mostró que la valentía no siempre viene con fuerza física, sino con una sonrisa serena, una mirada luminosa y un corazón que no conocía el miedo. Era capaz de unir corazones rotos con su sola presencia, de calmar los temores más profundos con una caricia o una palabra dulce.
Hoy, su ausencia nos duele profundamente, pero su esencia permanece viva entre nosotros. Porque si algo nos dejó claro Alondra, es que el amor trasciende, y cuando lo hace, se transforma en luz, en memoria y en guía.
Desde el primer día de su diagnóstico, tuvimos la dicha de acompañarla. Compartimos con ella momentos de alegría, de incertidumbre, de esperanza. Y aunque ya no está físicamente con nosotros, sentimos su energía cerca, suave y constante, como el eco de una canción que no se olvida.
Antes de partir, Alondra nos dejó una promesa sellada con amor: cuidar de su familia, amar a sus papitos como lo hemos hecho siempre. Su cocinita de juguete, armada con tanto detalle y ternura, será ahora un regalo para su hermanita, como ella misma lo pidió. Un legado pequeño en tamaño, pero enorme en amor.
Es cierto que su mayor sueño —conocer y alimentar a las jirafas más hermosas— no pudo concretarse en este plano. Todo estaba listo: el vuelo privado con SANSA, los preparativos del Ponderosa Adventure Park, la habitación decorada con esmero por los Tíos del Hampton by Hilton en Guanacaste... todo dispuesto para sorprenderla. Pero su cuerpecito valiente no pudo esperar. Decidió descansar antes de ver ese sueño cumplido.
Y aunque el dolor de no haber llegado a tiempo nos embarga, tenemos la certeza de que hicimos todo lo posible por regalarle los días más hermosos. Estuvimos ahí, en las noticias tristes y en las esperanzadoras, pintando su vida con los colores más brillantes, envolviéndola con la protección y el cariño que solo la gran familia de Pollitos de Hierro sabe dar.
Alondra amó con todo su corazón. Y nos enseñó a hacer lo mismo. Su amor era transformador, silencioso y poderoso. Hoy, esa fuerza nos acompaña, nos inspira y nos guía para continuar cuidando a otros Pollitos, con la misma entrega, la misma ternura, y el mismo amor incondicional con que la cuidamos a ella.
Gracias a ella, se podrá seguir protegiendo a más niños con diagnóstico de cáncer, y se compartirá la historia de lo increíble que fue. Desde el cielo, se sabe que sigue cuidando cada paso que se da. Siempre será recordada, preciosa.
Su sonrisa vivirá en los ojos de todos, su valentía en los seres, su alegría en las almas y su amor en los corazones. Así, siempre estará con todos. En cada amanecer, su luz brillará, y el amor permanecerá intacto hasta que se pueda estar de nuevo juntos.

Santiago, el Niño que Sabía Hacer Feliz a los Demás
Santiago, con su ternura desbordante, su alegría contagiosa y un corazón del tamaño del cielo, nos enseñó que la vida se mide en sonrisas, no en tiempo. Su mayor sueño era conocer el mar. Cuando por fin sus pies tocaron la espuma blanca y suave de las olas, algo mágico ocurrió: el mar y Santiago se reconocieron, como si se esperaran desde siempre. Con su pequeño rastrillo rojo, construyó castillos en la arena mientras el océano se abría ante él, infinito y azul. Ese momento quedó grabado en el alma de quienes lo vivieron a su lado: una escena de paz, ternura y libertad.
Su mamá lo recuerda con un amor que traspasa los años. Santiago amaba ir a la escuela, participaba con entusiasmo, compartía con sus compañeros y cuidaba de todos como si llevara una brújula de empatía en el corazón. Esperaba con ilusión su cumpleaños, adoraba el queque, y vivía la magia de la Navidad con la emoción de quien aún cree en milagros sencillos.
Pero si algo lo hacía especial, era su deseo de regalar alegría. Se ponía su peluca verde, su nariz roja, y se convertía en el payasito que más sonrisas repartía. Sabía que a su Tía Mely le encantaba verlo así, y por eso nunca dejaba de disfrazarse antes de visitarla.
“Es que así se pone más feliz”, decía con picardía y convicción.
Y tenía razón. Su alegría era un regalo, su risa un puente, su presencia un refugio. Santiago no solo vivía con alegría, él era la alegría.
Hoy, aunque ya no esté físicamente, su legado se respira en cada rincón de la Fundación. Está en las risas de los niños, en los pasteles de cumpleaños, en las visitas al mar y en cada disfraz que hace brillar los ojos de quienes aún creen en la magia.
Santiago nos enseñó que lo esencial no se ve, se siente. Y él, con su alma de payasito y su corazón inmenso, nos enseñó a sentir con toda el alma.

Morelia, la Pollita de los Cacheticos Rosados
Morelia fue una de las primeras Pollitas de nuestra amada Fundación, y también una de las más inolvidables. Tenía un carácter firme, decidido, pero a la vez era pura dulzura. Morelia era la Pollita de los cacheticos rosados —sí, rosados como su color favorito, como todo lo que amaba. Fue protectora, valiente, juguetona y segura de sí misma, con una presencia que llenaba cada rincón de luz.
Uno de sus sueños más especiales fue tener una muñeca sin pelo, igual que ella, vestida con un vestidito de flores rosadas. El día que la recibió, su sonrisa iluminó el lugar de una forma que no se puede explicar con palabras. Fue magia, alegría pura. Como también lo fue el día de su cumpleaños número tres, cuando pidió un pastel rosado, precioso, que —con toda convicción— no quiso compartir. “Es mío”, decía, con esa mezcla encantadora de seguridad y ternura. Y tenía razón: ese pastel era solo para ella.
Durante su proceso, quisimos hacer realidad cada deseo. Le preparamos un cuarto completamente rosa, acondicionado con amor para que tuviera los sueños más dulces. Y sí, también deseaba una mascota: recibió un perrito con todo en rosa —camita, juguetes, tazas— todo tan lindo como ella lo había imaginado.
Morelia fue feliz. Y nosotros fuimos felices con ella. La hicimos reír, la acompañamos en cada paso, y su presencia llenó nuestras vidas de sentido. Hoy, cada fotografía suya nos recuerda que valió la pena cada segundo compartido. Que si pudiéramos, lo haríamos una y mil veces más, solo por verla sonreír.
Su amor nos sigue abrazando. Su mundo rosado sigue vivo en cada rincón de la Fundación. Y aunque ya no esté físicamente con nosotros, sabemos que su esencia sigue presente, inspirando amor, ternura y fuerza en cada nuevo Pollito que llega a esta gran familia.

Duan, la Sonrisa que Guió a una Ballena
Nunca será fácil dejar ir a un Pollito. Cuando uno de ellos parte, el corazón se hace trizas. El dolor se instala como una herida abierta, que el tiempo no sabe cerrar. Y sí, habrá semanas de lágrimas, silencios rotos, abrazos que no alcanzan. Pero también habrá consuelo: la certeza de que se dio todo, de que el amor fue incondicional, de que no hubo un solo momento en el que se les soltara la mano. Duan, ese niño perfecto, ese alma brillante, ese ser irrepetible, llegó a nosotros con una sonrisa capaz de recomponer cualquier corazón. Era vida en movimiento, alegría pura. Donde llegaba, dejaba una estela de luz. Su humor, su ternura, su forma de ver el mundo... eran un regalo. Un regalo que, aún hoy, no terminamos de comprender del todo, pero que llevamos dentro como algo sagrado.
Un año antes de su partida, la medicina nos dijo que ya no había más qué hacer. Pero entonces fue Duan quien se convirtió en medicina para todos. Luchó con la valentía de los que no temen, con la entrega de los que aman. Amaba el fútbol, a su querido equipo —la Liga Deportiva Alajuelense—, y sobre todo, a su familia. Cada plan, cada juego, cada aventura, lo vivía de la mano de su hermano. Su complicidad era total, como si entre ellos dos no existiera un “yo” ni un “tú”, sino solo un “nosotros”.
También amaba a sus Tíos Protectores, Tía Mely y Tío Álvaro. Solo Duan podría lograr que Tía Mely tomara un avión desde México en un abrir y cerrar de ojos. Y solo él sería capaz de preocuparse por ella cuando iban en busca de ballenas, asegurándose de que estuviera bien, incluso cuando él era quien merecía todo el cuidado del mundo.
Se preparaba con esmero porque sabía que llegaría su Tío Álvaro con su pollito frito y fresco de piña. Luego, los juegos en el parquecito con Fabi eran la guinda del día perfecto. Pequeños momentos, llenos de luz.
Cuando perdió una pierna, muchos pensaron que su vida cambiaría. Pero Duan nos enseñó, como solo los grandes maestros lo hacen, que la vida no se mide por lo que falta, sino por lo que se elige vivir. Caminó, corrió, nadó, jugó al fútbol. Sus muletas no eran límites, eran extensiones de su libertad. Jamás se detuvo.
Uno de los días más mágicos fue el que pasamos en el Parque de Diversiones. Duan y su hermano subieron a cada juego con una alegría que contagiaba. Sus carcajadas llenaron el aire de algo que no se puede explicar. Solo sentir.
Y luego vino el viaje más esperado: la búsqueda de las ballenas. Desde Bahía Ballena hasta Isla del Caño, todos escudriñábamos el mar. Pero Duan, con esa sabiduría tan suya, nos dijo:
“No necesito ver una ballena para ser feliz. Ya vimos tortugas, peces, delfines... y estoy con mi familia. Eso es suficiente.”
Pero el universo no iba a dejarlo sin su despedida. Una ballena emergió, majestuosa, y pareció mirarlo. Como si lo supiera. Como si entendiera que ese niño había venido al mundo a enseñarnos a amar sin medida.
Duan no solo cumplió sueños. Los multiplicó. Los sembró. Los convirtió en la brújula de una Fundación entera. El Hotel Vista Ballena lo trató como el rey que era. Y en ese último viaje en buseta, con su rostro bañado por el sol, la cabeza asomada por la ventana y los ojos observando el mundo con calma, nos dejó una imagen que vivirá en todos los que lo amamos.
Duan estará en cada ola que rompa en la orilla. En el canto del viento entre los árboles. En cada colibrí que visite una flor. En cada luna llena que nos alumbre las noches. En cada mañana en que el sol decida salir. Porque Duan no se fue. Solo se volvió eterno.

Keilita, nuestra Mariposa Eterna
La muñequita del carrusel que nos enseñó a disfrutar de las cosas más simples —como un helado bajo el sol— y a mirar la vida con ojos de asombro y gratitud. Agradecemos a Keilita por regalarnos los días más hermosos en el Parque Diversiones. Ella no sabía que, al cumplir su sueño, los más afortunados éramos nosotros. Siempre será nuestra Pollita más hermosa.
Aún podemos sentir la fuerza que brotó de su corazón el día que supo que sus sueños se harían realidad. Su alegría desbordante, sus risas, sus gritos de emoción... cada instante con ella fue un recordatorio de que todo esfuerzo tiene sentido cuando se hace desde el amor.
Acompañarla desde el primer día de su diagnóstico hasta el último momento fue un privilegio que marcó nuestras vidas. Durante su lucha, hubo instantes en los que el dolor se detenía, y en su lugar florecía la esperanza.
Hoy, su ausencia deja un vacío imposible de describir, pero el recuerdo de su vida vibrante nos llena el alma: recibiendo con asombro sus sorpresas de Peppa Pig, bailando con esa alegría tan suya, acariciando con dulzura los rostros de sus Tíos Protectores, y haciendo su señal secreta de amor al Tío Kevin.
Y entonces, surge una pregunta que nos acompaña: ¿Quién dio más amor a quién? "Justo cuando la oruga pensó que era su final, se transformó en la más bella mariposa."
Hoy, Keilita es esa mariposa que nos cuida desde el cielo. Su luz, como la Pollita del Carrusel, jamás se apagará. El amor permanece intacto, hasta que nos volvamos a encontrar.

Jayden, la Fuerza Detrás de los Sueños
Jayden nos enseñó una de las verdades más poderosas: "Lo que la medicina no puede curar, el amor puede sanar." Y así fue.
¿Alguna vez has soñado en grande? ¿Tan en grande que los demás pensaban que era imposible? Jayden sí. Su sueño era conocer a los jugadores de su equipo favorito, esos ídolos que muchos apenas logran ver de lejos, tal vez obtener un autógrafo o una sonrisa fugaz. Pero él no se conformó con imaginarlo: lo hizo realidad.
Y como si fuera poco, soñó también con tener la colección de carritos de juguete más grande del mundo. Más de 600 pequeños tesoros reunidos con paciencia y amor. Pero no se detuvo ahí: deseaba también ver una verdadera colección de autos reales, reunida solo para él. Y lo logró.
Jayden fue ese niño que nunca dejó de soñar, ni siquiera cuando el cuerpo dolía, cuando la energía escaseaba o cuando las fuerzas parecían flaquear. Porque solo los Pollitos de Hierro entienden que la verdadera fuerza nace del alma.
Con su valentía, Jayden nos recordó que venimos a este mundo con un propósito, y que cuando se cumple con amor, es capaz de transformar vidas. Su historia tocó a cientos. Movió corazones. Logró que Tíos Protectores, de todas partes, se unieran para buscar a sus ídolos del Deportivo Saprissa, hasta lograr que no solo lo conocieran, sino que lo amaran.
La pasión que generó también reunió a quienes corrieron a los centros de acopio para aportar un carrito más, a los que prepararon sus autos con esmero para la gran exhibición organizada por el Club Tuscani, solo para hacerlo sonreír.
Jayden también tenía claro lo que lo hacía feliz: una sopita de pollo, una porción de salchipapas, un helado compartido en su fiesta… y sobre todo, el amor incondicional de su Tía Adriana, quien se derretía ante su dulzura.
Vivía con una gratitud conmovedora. En su fiesta de sueños cumplidos, nos regaló palabras que aún nos erizan la piel. Palabras tan puras, tan llenas de amor, que solo podían venir de un corazón extraordinario.
Jayden está presente en la mirada profunda y serena de su papá, en la creatividad y el amor sin límites de su mamá, en las risas compartidas y travesuras con su hermanito Joao, su compañero de vida y aventuras. Con sus ocurrencias y sus chistes, iluminaba la vida de todos a su alrededor.
Era pequeño, pero su alma era inmensa.
Ahora su ausencia nos golpea con fuerza. Nos faltan sus risas, su energía, su ternura. Nos preguntamos cómo seguir, cómo caminar sin él. Solo podemos hacerlo recordando lo que él nos enseñó: que el amor verdadero trasciende.
Jayden estará en cada canción que nos lo recuerde, en el ruido y en el silencio. Su aroma vivirá en la memoria. Lo sentiremos con el viento, en cada atardecer, en cada luna llena, en la brisa del mar, en el canto de los pájaros y en cada gota de lluvia que acaricie la tierra. Con cada paso que demos, Jayden caminará a nuestro lado.

Laurita, con Vestido Rosado y Alas Invisibles
Laurita llegó a la Fundación siendo ya una niña grande, de esas que no solo abrazan con los brazos, sino con el alma entera. Su dulzura, sus dibujos hechos con amor para su Tía Nicole, y su forma de agradecer por todo, la convirtieron en una luz suave que sigue brillando en nosotros.
Viajaba durante horas desde la Reserva Indígena de Cabagra, acompañada siempre por su inseparable hermano Jefry. Eran dos corazones latiendo como uno solo, aferrados a la esperanza, compartiendo el peso del cáncer sin dejar de sonreír. Con el paso del tiempo, Laurita comenzó a sentirse más cansada. Fue entonces cuando Jefry, con la fuerza que solo nace del amor, subió la montaña más alta para pedir ayuda. El sueño de su hermana era celebrar sus quince años: con un vestido rosado, una coronita, un pastel de fresa de dos pisos. Un anhelo sencillo… y enorme.
En pocas horas, corazones movidos por amor hicieron lo imposible. El vestido, la coronita —la misma que usó su Tía Nicole el día de su boda—, el pastel perfecto, un anillo y un collar en forma de corazón… todo estaba listo.
El equipo viajó durante ocho largas horas. Cuando llegaron, Laurita ya había partido. Pero su deseo no quedó en el aire: fue vestida como la princesa que imaginó ser, coronada con amor, y acompañada por la paz que solo dejan los sueños cumplidos.
Sus papás la abrazaron con ternura. El pastel fue compartido. Y en medio del dolor, se sintió algo inmenso: la certeza de que el amor traspasa todo, incluso la despedida.
Hoy, Laurita es nuestra Pollita de Oro, una estrella que guía los sueños de quienes aún caminan este camino. Jefry la recuerda con una sonrisa suave, y con palabras que nos abrazan a todos:
“Lo que más la hacía feliz era vernos sonreír. Fuimos, y siempre seremos, una familia feliz gracias a ella.”

César, el Niño que Soñó con Frutas Navideñas
César fue feliz. Su mayor alegría era estar junto a su mamá y su hermanita, a quienes amaba profundamente. Aunque era muy pequeñito, le encantaba ayudar. Un día, le preguntamos cuál era su mayor sueño. Con esa sinceridad que solo los niños tienen, nos dijo que quería probar las frutas de Navidad. Al principio no entendimos muy bien a qué se refería, pero él, con una dulzura desbordante, nos explicó:
“Siempre las he visto, pero no sé cómo se llaman... solo quiero saber cómo saben.” Sin perder un segundo, sus Tíos Protectores se movilizaron. Reunimos uvas, manzanas, peras y toda fruta navideña que pudimos encontrar. Y cuando se las dimos, su carita se iluminó como si fuera Navidad en su corazón. Las saboreó con alegría, las compartió con su hermanita, y nos regaló una escena que jamás olvidaremos. Nunca habíamos visto a un Pollito disfrutar tanto unas uvas.
Fue entonces, en 2013, que le hicimos una promesa a César:
Que todos los Pollitos de Hierro, por siempre, probarán las frutas navideñas.
Y así nació una de nuestras tradiciones más queridas. Desde entonces, en cada fiesta, las frutas navideñas no pueden faltar. Uvas, manzanas y peras se colocan con cariño en cada plato, en honor a ese pequeño que nos enseñó que los sueños más sencillos pueden ser los más grandes.
César no solo probó las frutas que tanto deseaba; también sembró una tradición que seguirá llenando de dulzura y amor las mesas de cientos de niños. Su legado vive en cada mordisco, en cada sonrisa, en cada fiesta donde, gracias a él, los Pollitos de Hierro celebran con sabor a esperanza.